martes, 4 de noviembre de 2014

El rótulo - Cecilia Mieres

El rótulo tiene forma de rectángulo si se lo mira, suena a rectángulo si se lo agita, y sabe a rectángulo si se lo prueba. En general es 2D, y cuando lo ves 3D en realidad es una ilusión óptica.

El rótulo muchas veces toma la forma de una caja para dejarse agarrar por quién lo necesite, un fugaz amo y señor del momento al que seguramente le urge de manera irrevocable.

Lo primero que hace el amo del rótulo es entrar en él, justamente enamorándose. Y su amor es tan genuino que copia al rótulo en sí mismo pero más grande, más inmenso de lo que en realidad podría ser. Una vez allí engendra las cajas. Sus hijitos bienamados. Sus clones. Luego hace un pequeño agujero y espía lo que pasa.

Apenas detecta una posible rotulatura pues lanza el rótulo! La velocidad es mortífera. El golpe ineludible. Pafff! Un peso se te suma y sin quererlo, estás rotulado!

Los amantes del rótulo en general gozan -cual criminales asesinos, en la oscuridad de sus sombras que ni ellos reconocen- de replegar las partes de tu ser que no encajen estrictamente en la cajita. Producen el espejismo quitando, doblando, tergiversando porciones y frases, de tal manera que a sus ojos ya no las ven. Y por haberlo hecho se felicitan. Y luego van por la mirada ajena, que certifica, aplaudiendo su locura, que la obra es perfecta.

Cuando esta ceremonia se ha producido, al rótulo se le otorga una plusvalía, que increíblemente sale al mercado para hacerse vender. Como el mercado es tan maravilloso como despiadado uno muchas veces termina comprando su propio rótulo. Y a veces hasta es feliz de sostenerlo, como a un bebé!

Cual flecha de cupido el rótulo es muy difícil de devolver a su creador cuando uno no lo quiere, aunque últimamente se ha encontrado un método que resulta bastante efectivo. Se trata de desplegar cuidadosamente la cajita, y encontrar entre el pegamento y los repliegues las partes que su dueño dejó ahí escondidas. Ni él sabe que están ahí, ya se las olvidó, ya se las niega.

Una vez desplegadas hay que hacer una lámina con eso. Y entrar en amor con ella. En un amor tan genuino que copie la lámina en sí misma pero mucho más grande, luminosa y brillante de lo que en realidad podría ser.

Luego se toma la puerta de la entrada de la casa del rotulador y se reemplaza por ésta.

Es lindo ver cómo imaginan todos los días al reflejarse en ella a la hora de llegar que en realidad hay alguien más allí adentro. Alguien que no los ve pero los entiende.